No busco nada. No busques nada. Todo es producto de nuestra imaginación.

miércoles, 19 de enero de 2011

Trotabingo

Me había olvidado de colgar esta columna publicada por El Mundo-El Día de Baleares el 15 de enero de 2011. Es de mis favoritas.

Primitiva, la del bombo


POR MARCOS TORÍO

EL NOMBRE marca, nos fija para toda la vida en formularios, documentos oficiales, en la boca de los demás y en la propia. Hay quien lo tunea con diminutivos o directamente se lo cambia por una mañana de cola en el registro. Los pijos son un caso aparte porque, se llamen como se llamen, acaban por designarse con una combinación de dos sílabas, muchas veces desligada de lo que figura en el DNI. (Nota: si el nombre ya tiene dos sílabas, también lo cambian). Puedes ser Eugenia de bautismo y que te llamen Cuqui, Piti, Mili, Cari, Cori, Core o Pelu. De Pelusita bonita, este último. El almíbar de los niños del jersey a rayas y el Audi blanco. Y siempre dos sílabas. Los pijos huyen de las esdrújulas al tratarse.

Hay quien, por destino o ironía, confirma o desacredita un rasgo de su carácter o profesionaliza lo que le tocó al nacer: una comadrona llamada Dolores, una ganadera que responde por Lidia, Angustias que vive con el alma en pena, Modesto el presuntuoso, Prudencia la impulsiva o el enterrador que se apellida Camposanto. Al leer un nombre como el de Primitiva Parrona, uno la imagina arrodillada con su brochita como arqueóloga del equipo de Arsuaga en las excavaciones de Atapuerca o despachando boletos en una administración de lotería. La vida, el destino, la ironía o la noticia la ha sacado del anonimato, del local parroquial donde ejerce de binguera. Se impone la segunda opción, la del juego. El Homo Sapiens espera a otra Primitiva.

La señora con nombre de juego de azar ha pasado de gentil colaboradora en el ocio de los ancianos al runrún de una presunta apropiación indebida de parte de la pasta recaudada por los cartones.

El asunto arrancó con una intervención policial en el local de marras y pilló a los mayores con el rotulador tembloroso y el cartón a medias. La perturbación terminó elevada por contagio emocional de los presentes a golpe de Estado. Los tejeros de los bingos irrumpieron en la sala como si aquello fuera Atlantic City en los años 20. La otra parte habló de pulcrísima entrada. Pintaba más bien a control respetuoso para matar la jornada que al poderío de una operación con apellido.

Primitiva, desde su púlpito de micro y bombo, como Mesías del entretenimiento, clamó tranquila contra los poderosos bingos que denunciaban competencia desleal –¿alguien ve a un jubilado de pensión mínima dilapidando sus ingresos en un local reglamentado?– y, ella, voluntariosa, voz en números de los desvalidos, siguió a sus bolas.

La idealización de la tercera edad como grupo incapaz de delinquir protegía a Primitiva de los impertinentes polis, pero la investigación y las denuncias apuntan a que los mejores bingos se los llevaba ella. Un piquito de aquí, un piquito de allá y han cantado un sueldazo. Presuntamente, claro está.

Muchos pensionistas tomarían la dentención de Primitiva o, peor aún, el desmantelamiento del bingo como el fin de sus vidas. He visto cómo señoras, entregadas a su afición, lloraban para las reporteras de los magazines sólo de pensar en el trágico desenlace. ¿Qué mal le hacemos a nadie?, preguntaban entre pucheros. Ninguno, la verdad. Es más, el juego, por la escucha atenta de los números y su búsqueda, ejercita la concentración y mejora sus capacidades intelectuales, más allá de las tramas de Amar en tiempos revueltos. Y les entretiene que es a lo máximo a lo que aspiran partida tras partida. Sin embargo, la lógica resistencia y miedo a los cambios no debe impedir que se aclare lo que ocurría con el dinero que falta. Si es inocente, la señora Parrona seguirá alegrando tardes, pero si no es así, que les busquen otra binguera a los ancianos: una que se llame Fortunata y reparta íntegramente los especiales.

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