No busco nada. No busques nada. Todo es producto de nuestra imaginación.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Mapa de los sonidos de Tokio

La mente no para. Ni siquiera después de meterte de lleno en una película como Mapa de los sonidos de Tokio. Mucho más si en ella se trata la pérdida de alguien. Pienso en posibles pérdidas y me doy cuenta que soy quien soy gracias a muchas personas. Pienso en sus posibles marchas y me derrumbo. Sólo espero no vivir eso más. Sólo quiero borrar la realidad.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Eva Cassidy

Baleares siempre me da dosis de tranquilidad, equilibrio y felicidad. Siempre me descubre nuevos sones, nuevas canciones que me acompañan el resto del año. Os dejo la América de este verano.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Gordos

Daniel Sánchez Arévalo ahonda en la soledad de la gordura, en las miradas asesinas por comer algo no debido, en las comidas a deshoras en baños colegiales. Muestra la crueldad de los niños, de los padres, de los novios. Enseña la soledad de cada uno, tanto si está delgado como si se está gordo. Importa el físico en esta película. Igual pasa en la vida real. Es una muestra de la falsa moral, esa que predica la no importancia del envoltorio, la relevancia del interior. Todo hilado con una pizca de humor y drama. Una historia al servicio de cada uno, de cada mente, de cada vivencia, de cada vida de gorda o de delgada.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Mirando la vida pasar

Siempre intentaba pensar lo que todos le decían: "tal como tú te ves, es como te ven los demás". Quería taladrar buenos pensamientos en su cabeza pero algunas veces ideas negativas hilaban su cerebro. No lo podía evitar. Sobre todo después de una noche viendo la vida pasar, sintiendo la invisibilidad ante cualquier paleto con músculo incorporado.

Los días se van acortando. El tiempo también. Queda menos para el nuevo destino. Queda menos de un mes. Falta la morada.

martes, 1 de septiembre de 2009

Trotahermanos

Dólares y aceitunas (Publicada en El Mundo - El Día de Baleares)

MARCOS TORÍO

Mi madre llevaba al recién nacido en brazos y al crío de cuatro años de la mano. La chica del mostrador preguntó el nombre del bebé: Pablo Torío. Con la sorpresa en la cara, me quedé rumiando la usurpación de apellido, el fin del reinado de Marcos I El Primogénito a manos de aquel enano envuelto en la toquilla, que destacaría a corta edad por su destreza para desplumar colas de canarios vivos o poner a prueba las prestaciones del bombo de la lavadora como refugio infantil. Lidia completó la terna, sin más opciones que crecer en un mundo de hermanos varones a los que envidiaba poder mear de pie, una ventaja indiscutible al margen de berrinches feministas.
Veranear en Mallorca era un lujo rutinario para turistas o locales con posibles. En mi casa –exenta de ambos grupos–, el calor marcaba el encierro con dos pequeños de idéntico apellido en cuanto los cabezas de familia abandonaban el nido en busca del pan para sus polluelos. Mis hermanos rivalizaban por ser el último en besar a las águilas imperiales antes de que cerraran la puerta, el último en recibir la despedida cuando arrancaba el coche y, justo después, el primero en hacerse con el mando de la tele, poco menos que la piedra filosofal, el poder del entretenimiento.
El vídeo, sometido a un estrés de manos nerviosas, escupía intermitentemente las cintas de Flash Gordon y Aventuras en la gran ciudad, los títulos favoritos de cada uno. Mi escasa autoridad alcanzaba a mandarlos a sus habitaciones para poder sudar las tardes de agosto en paz. En pocos minutos se reunían de puntillas, firmaban el armisticio a mis espaldas y prometían silencioso propósito de enmienda ondeando juntos una toalla blanca en la puerta del comedor. Preferían claudicar momentáneamente a pasar la tarde como hijos únicos en sus calabozos. Era más llevadero y divertido pelearse que estar tumbado en la cama, rodeado de muñecos inertes.
Consensuábamos una película y, a la que un actor mencionaba una cantidad en dólares, Lidia me obligaba a traducírsela a pesetas. Siempre creí que trabajaría en una oficina de cambio de moneda. Pablo me ponía a prueba ofreciéndome cantidades imaginarias repletas de ceros por las que aceptaría comer una aceituna, la fobia compartida con su canguro. «Ni por el infinito de millones como tú dices. A ti te dan el mismo asco».
Hoy me preguntan por qué escribo siempre de «chorizos con corbata» y nunca de ellos. Qué más les dará si no me leen y, además, a quién le importa que nos una el mismo humor negro, el desprecio al queso o que me alegre de compartir una corona de tres picos.

Septiembre

Vuelve septiembre sombrío. Regresa el mes de la vuelta a todo, del mar solitario, de la ciudad rebosante de depresiones post-vacacionales. De nuevo la rutina. Comienza el mes de los nuevos caminos. Andaré con decisión.