No busco nada. No busques nada. Todo es producto de nuestra imaginación.

lunes, 20 de abril de 2009

Sueños

Mi pensamiento sube peldaños, trepa por escaleras y alcanza la cima, esa donde me pierdo entre calles con olor a ketchup, alfombras rojas que llevan a un teatro y paseos marítimos con atardeceres de lecturas. Mi pensamiento no tiene fines ni principios con los que fantasear.

lunes, 13 de abril de 2009

Abandono

-Tranquila, esta tarde te llevo a su casa.
- Pero no será muy tarde, ¿no?
Noooo! Tranquilízate, en serio. No te pongas así ni me lo digas más veces porque me voy a morir de la envidia.
-Hija, ¿por qué? Tampoco es para tanto.
-¿Cómo? ¿No es para tanto? Sí lo es. Es la primera vez que vas a viajar sin mí, te vas a Nueva Orleans y, encima, lo haces con dos de mis mejores amigos. Desde luego... No quiero ni pensarlo.
-Bueno, es verdad. Estoy contigo. Esperaré paciente y calladita en el maletero hasta que me lleves a su casa.
-Gracias.

Diálogo entre una maleta y su dueña. (Seguirá...)

domingo, 5 de abril de 2009

Cinco años

Sin nada que escribir estoy. Consulto mi correo y me encuentro con esta columna preciosa. Os la dejo.

Willy Fog al habla


MARCOS TORÍO


WILLY FOG apostador y Romy, dulce y fiel, cantando en escena y mi pequeño acompañante me pregunta: «¿Cuándo luchan?». Me río y no le culpo. Para un niño del nuevo siglo, sin nostalgia catódica que idolatre a un león estirado y una pantera cursi, un musical es demasiado. Puede que un musical siempre sea demasiado, independientemente de la edad del espectador.

Marc, que hoy cumple cinco años, es mi espejo de cambio generacional, la constatación de que dos décadas educativas y tecnológicas transforman los referentes para una futura vida adulta. Donde David el Gnomo se secaba el culo con una toalla en un bosque idílico, un tal Ben 10 disfruta de poderes cibernéticos y guerreros con sólo mover la esfera del reloj. Lo más parecido años atrás era un hortera de bolera que conducía un coche –hoy superado por cualquier utilitario de medio pelo– al que llamaba a través de un Casio evolucionado. «Kitt, te necesito». El auto negro hablaba en una ciencia ficción, realidad de GPS básico. El tiempo ha arrugado sin piedad, aunque merecidamente, El coche fantástico.

Marc convirtió nuestro regreso del teatro en un cuestionario de cambios que me hicieron sentir mayor. «No, cuando tu papá y yo éramos pequeños no había móviles». La confesión le dejó tan paralizado y divertido como el acento andaluz de Tico, así que le llevé de excursión a conocer una cabina, como quien visita la Catedral. Él no tenía ni idea de que hubiera teléfonos callejeros desde los que hablar con unas monedas. Allí estaba el monumento de chapa azul y verde con sus botones ortopédicos, el cable plateado, el auricular gigante, el agobio de López Vázquez y la música del Superagente 86. El niño que agarraba de la mano me enviará politonos con el bluetooh sin haber llegado a ver las cajas de cristal en las que sus mayores se encerraban para hablar con la chica o los colegas.

El misterio del reproductor de DVD le impactó más que un apagón en Clan TV. «¿Y cómo veíais dibujos?». Con un trasto llamado vídeo, cintas muy grandes que habitaban desde Rambo hasta Pajares y Esteso.

Marc se ahorró retarme con las raquetas en el pasillo de su casa como un Nadal prematuro y un Federer torpón. Sabe de mi pereza y limitaciones deportivas. Por eso, y para que yo creyera que no todo estaba perdido, me invitó a sentarme en el sofá con capítulos de La pantera rosa. «Me encanta cuando sale de la lavadora hecha una bola de pelo», me dijo. A mí también. Y volver a ser niño de vez en cuando.