No busco nada. No busques nada. Todo es producto de nuestra imaginación.

lunes, 28 de junio de 2010

Punto de partida

En el punto de partida de una nueva etapa.
Un mes sin escribir. Un tiempo en el que han pasado muchas cosas.
Entrega del proyecto.
Amigos y amigas que se van.
Adióses olvidados, sentidos y desolados.
Unos que se van, otros que entregan lo que les robaba el sueño en los últimos meses.
Alegría. Tristeza.
Y otra etapa que empieza.
Y, en medio de todo, el miedo, la ansiedad, el vacío del qué vendrá, de quién llegará, del solucionar cosas que no sé cómo...
Y al final me encuentro de nuevo en el punto de partida.
Empezaré a caminar.

martes, 1 de junio de 2010

Pacorro con carcasa de pijos

Publicado por El Mundo-El Día de Baleares

POR MARCOS TORÍO

En el verano de 2007, Paris Hilton estuvo en Palma como estrella de una charity, que es como los pijos llaman a las fiestas benéficas. Recién salida de la cárcel, venía dispuesta al lavado de imagen, a hacer de niña buena, de reina de los bienhechores sin mancharse el modelito con miserias reales. En estos actos es imprescindible lucir en vestuario y complementos el equivalente al producto interior bruto del país más pobre de África. Ahí reside parte de la solidaridad por identificación.


La alfombra roja le reservó las últimas pisadas y ella llegó guardando silencio, sin grandes sonrisas porque la cosa era seria. En cuanto vio a los fotógrafos, arqueó la espalda, posó la mano en la cintura y dejó salir a la top que lleva dentro. Barbilla al hombro, cara de corderita posh camino al matadero y muchos mohínes de telefilm. Paris sufría, por eso colaboraba con la recaudación de fondos para la infancia. Boris Izaguirre, de esmoquin, observaba fascinado a la rubia y, para ayudar a los periodistas que no podíamos acercarnos a la estrella, le preguntó: «¿Paris, en qué piensas cuando posas?». La famosa más inútil del faranduleo le miró compungida y contestó: «En los niños pobres».

La respuesta es un ejemplo límite y globalizado del manejo de las apariencias, de cómo la gente pretende ser lo que no es, de la misma forma que las tribus urbanas hace tiempo abandonaron su carácter ario. Los pijos patrios ya no salen de una canción de Hombres G ni están cortados por los patrones de Alejandro Agag y Tamara Falcó, ese ente sibilante con brillo de azulejo de gres que llegó en la nave nodriza Preysler.

El grupo se ha diversificado. Los hay bakalas-fiesteros que consumen cargamentos de cocaína, niños ricos que gastan rollo antisistema tanto como cash familiar y viejas glorias que se jactan de comprar en Zara, aunque su vestidor no almacene nada que cueste menos de cinco de los grandes, que dirían en los USA. Todo más ecléctico que las Zapagóticas. O sea.

Históricamente, los pijos que consideran un demérito social no llevar un supercaballo galopando en la tetilla han gozado del desprecio del resto de tribus. Por más que los detesten, los poligoneros con bujías por arterias ambicionan su atrezzo automovilístico. Porque un pijo podrá hacer concesiones, pero no en los concesionarios.
Una empresa mallorquina ha visto un nicho de clientes en ese punto de encuentro entre grupos, en la máxima de entender tu coche como jes-extender con aire acondicionado y le planta cara a la crisis con un negocio novedoso: tunear tu carro para dejártelo como uno de lujo. Calzan moldes de carrocerías carísimas hasta crear réplicas de deportivos. Están homologados, cuestan infinítamente menos que el original y ofrecen prestaciones de altos vuelos con mantenimiento de Citroën Saxo. Que den el pego es otra historia.

La piratería muerde a los firmas automovilísticas para regocijo de pacorros con carcasa de pijos, a quienes les basta con comprar emblemas en las casas oficiales y redondear su cochazo. Los empresarios no proporcionan ese servicio, que sería como admitir la falsificación. Ellos ponen el sueño y el pellizco te lo das tú.

Cuando las ideas se han evaporado, sólo queda la fachada y la insatisfacción constante. El pijo fantasea con la bohemia y al poligonero le pierden unos faros alumbrando valkirias fascinadas en el Paseo Marítimo. El mundo es maquillaje, un muro de Facebook vanidoso para recibir chasis estrellados. Ya ni siquiera manda el dinero sino la capacidad para aparentar que se tiene. El coche del presente viene sin frenos. Por si acaso, Paris Hilton se hace la tonta y, aunque tenga -eso dicen- un cociente intelectual de superdotada, posará pensando en los niños pobres pero no dejará de pasearse en el interminable Hammer que la movía por Palma. Rechaza imitaciones. Chica lista.