No busco nada. No busques nada. Todo es producto de nuestra imaginación.

sábado, 23 de octubre de 2010

Trotaviajes

Viajeros, turistas y laccaos

Publicado por El Mundo-El Día de Baleares (22-10-2010)

POR MARCOS TORÍO

En un viaje por la península –ese término tan isleño–, uno de mis amigos pidió un laccao al camarero de una terraza. El hombre, con su delantal y la bandeja en suspenso, frunció el ceño con sorpresa y dijo no saber a qué se refería. Normal. Más que el hecho de que mi colega no fuera capaz de entender el equívoco. «Quiere un batido de chocolate», aclaró alguien del grupo. «No, no, yo quiero un laccao, nada de batidos de chocolate», insistió el que estaba haciendo más patria que Armengol entregando premios literarios. «Y tampoco vas a encontrar quelitas», añadí para provocar un colapso chovinista durante el desayuno. Ya puestos, más valía desfibrilar la situación y hacerle ver que hay vida más allá de Mallorca. Por supuesto, no quiso «un batido chungo» y regresó a sa roqueta con la convicción de que lo que había visitado era «per anar un pic i no tornar; no hem vist res que no tinguem a s’illa, on hi ha de tot».


Al margen de encuestas y otros recuentos cuestionables, la gente cada vez viaja más y, por tanto, quema rápidamente los llamados destinos exóticos, que aguantan un par de temporadas hasta convertirse en Santo Domingo, paquete estrella de parejas de caris recién bendecidas en matrimonio por la Iglesia. Allí, igual hasta no resulta tan descabellado pedir un laccao porque el absurdo es hacerte sentir como en casa. Te ponen a bailar bachata y reguetones varios en un autocar con otros caris cocidos a ron que se trenzan las melenas en un ataque de integración estética descabellada, practican aquagym, se rinden al perreo sociocultural del entretenimiento, pero les cocinan tortilla española y les pinchan Bisbal en la disco del complejo hotelero. Y olé.
El mundo necesita más viajeros y menos turistas, gente que no se tire en plancha al ver un bar de tapas patrias en el Soho londinense ni alucine con la oferta inditex en las urbes europeas. Coger aviones y dormir en hoteles cada vez que la empresa te libera no le convierte a uno en alguien viajado. Reduce la experiencia a un cambio de escenario o, en el caso de los más pudientes, un atrezzo de superproducción.

Una agencia de viajes de lujo y a medida ha abierto su primera sucursal en Palma –Jaime III, evidentemente–, como parte de un plan expansionista que el próximo año traspasará fronteras. Ofrecen, por supuesto, exclusividad, personalización y máximo nivel de excelencia. Vamos, que te diseñan al dedillo el cuento con todos los tópicos que tengas en la cabeza sobre el destino. La iniciativa empresarial me parece muy legítima y, al ritmo que crece, seguramente exitosa, pero difiero completamente del producto. Y por qué no decirlo, mi cuenta bancaria no daría ni para atravesar las oficinas que recrean su club geográfico del siglo XIX, con todas sus maderas coloniales que se suponen tendrán el poder de hacerte sentir un cliente distinguido.

El lujo no es ni mucho menos sinónimo de experiencia, no en el caso de viajar a un país con el producto interior bruto de las fortunas personales que aparecen en Forbes. No es cuestión de hacerse el explorador y arriesgarse a contraer el cólera bebiendo agua con las manos de cualquier arroyo, pero tampoco de conocer sin salir de la burbuja embotellada que ofrece la mirada del dinero y el calzado pulido. Para eso, ya está Portaventura & Cía, aunque, si los ricos no quieren recalar donde se amontona la plebe, siempre habrá quien les levante un parque temático sellado en el pasaporte y la billetera abultada.

Al final, no se trata de una cuestión de dinero sino de mentalidad. Se puede viajar más y mejor poniendo la cabeza por delante de la cuenta corriente. Internet es hoy en día el lujo, el ahorro de intermediarios y el inicio de las vivencias desde la preparación de la escapada. No me importa si en un viaje a la sabana africana una agencia me promete mostrarme las estrellas en un jeep de última generación. El cielo seguirá allí con sólo levantar la vista, mientras les ofrezco a mis amigos una bolsa de quelitas.

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