No busco nada. No busques nada. Todo es producto de nuestra imaginación.

sábado, 27 de junio de 2009

Trotajacko

Publicado en el suplemento La Otra Crónica de El Mundo (27 de junio de 2009)

GAME OVER, JACKO

MARCOS TORÍO

Con una moneda de cinco duros en la ranura, la mano izquierda en el joystick desgastado y la derecha sobre los botones rojos masacrados por la llama de un mechero descubrí a Michael Jackson. Los viernes por la tarde entraba en aquella sala de recreativos para alimentar de monedas la máquina de Moonwalker, un videojuego en el que un Jacko virtual giraba sobre calcetines blancos, adelantaba un brazo, se colocaba el sombrero y retrocedía sobre sus pies cada vez que le inducía con mis dedos al asesinato de elegantes hampones. Yo usaba la consola con cuerpo de tragaperras como una gramola donde escuchar Smooth Criminal, el tema que mecía la partida contra la mafia.
Jackson nunca fue más real que en esa programación informática, infinitamente más libre que el holograma de pompa de jabón desinfectante con el que intentó protegerse de sí mismo. Sudó el éxito bajo una chupa roja y alquiló mitomanía contratando alianzas con Priscilla Presley. James Dean y Elvis sembraban entonces guiños biográficos para un fin común. La diferencia con ellos es que Jackson ha muerto de viejo, sin infancia, con una niñez descabalgada en las listas del Billboard. Por más que viviera en Neverland, voló más cerca de Benjamin Button que de Peter Pan. Nunca jamás aterrizó. La regresión se le fue de los guantes. Usó todo el algodón recogido por sus antepasados para desmaquillar la burbuja dorada de la Motown, la bola encrespada de pelo y talento, los túneles de la nariz, la mano negra del padre esclavista. Hasta afilarse como un punzón excéntrico, un mutante en formato compact disc que no controló los tiempos de la ancianidad. Más vale tarde que nunca.
La MTV le venerará como el Ciudadano Kane del videoclip, Madonna y Prince le guardarán el sitio de icono de una década y las crónicas repasarán el ocaso zombie en los tribunales a ritmo de thriller.
A pesar de los tintes, desrizados y decoloraciones, del estupor y la grima, siguió negro por dentro, sobre un baile robótico y prodigiosamente personal. Afortunadamente. El soul, el funky y los sonidos disco evolucionaron bajo las cuerdas de guitarras eléctricas y, a la orden de un grito agudo, crujían un puñado de cristales rotos por Quincy Jones.
Cuando se publicó Billie Jean yo no llegaba a los mandos de la maquinita, pero años después: ¿Quién quería romper la espera del Insert Coin con naves espaciales si Moonwalker ofrecía marciano, ametralladora de Al Capone y banda sonora negra? Se acabaron las vidas de la partida. Game over, Jacko.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Gracias por colgarlo!

Antonia dijo...

Gracias a ti por leerlo