"Cuando me esfuerzo por evocar aquellos días, tengo dificultades para distinguir lo real de lo imaginario, y a veces no consigo establecer qué cosas ocurrieron de verdad y cuáles jamás existieron fuera de mis sueños, tal vez porque a fuerza de detenerme en ellos, he desgastado ya esos recuerdos, o quizás porque la realidad y el deseo nunca estuvieron tan cerca como entonces, mientras se confundían en una sola cosa.
Ya no tiene sentido llorar, y ya no lloro, pero me sigo estremeciendo al recuperar algunas imágenes sueltas, como viejas fotografías descoloridas, desterradas en un cajón remoto, que parecen recobrar el brillo, y el esmalte del papel intacto, apenas poso mis dedos en su filo, y mi piel muda lentamente, se estira hasta reconquistar la gratuita elasticidad cuya paulatina pero implacable deserción me está empezando ahora a preocupar, y me miro el borde de las uñas y lo encuentro más blanco, y ésa es la señal de que ha llegado el momento de empezar a pensar en otra cosa. Con el tiempo he logrado cultivar una disciplina tan rigurosa que ya consigo concentrarme en la lista de la compra con sólo proponérmelo, pero algunas veces me cuesta un trabajo infinito desprenderme de la imagen de aquella muchacha a la que el tiempo ha convertido en un personaje aún más conmovedor para mí que el jovencito que aparece a su lado en todas partes, porque yo todavía era una niña, pero nunca he vivido tan en serio, y porque nunca, tampoco, me costó menos trabajo vivir".
ALMUDENA GRANDES
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