No busco nada. No busques nada. Todo es producto de nuestra imaginación.

domingo, 2 de agosto de 2009

Trotasangre

Lo prometido es deuda. Aquí tenéis otra más de mi columnista preferido.

Vampiros

MARCOS TORÍO

Ocho de la mañana y un reguero de humanos -entre los que me incluyo- guarda cola en la puerta de la sala de curas del ambulatorio del barrio. Con nuestros tubos en la mano esperamos a que una enfermera nos perfore la vena. Los adolescentes, en ese limbo absurdo entre la infancia y la edad adulta, se acompañan del padre o de la madre. Unos cumplen en silencio el trámite de la goma, el puño cerrado, el pinchazo y el algodón. Otros, acumulan temor en la ojera y fobia a la aguja. Sangre etiquetada, un código de barras en los glóbulos. Con el sueño mordiéndome los ojos a dentelladas, se me ocurre el arranque de una historia de vampiros. Por la noche, ahogando mosquitos a flashazos de aerosol enhebro mentalmente otro relato disparatado sobre chupasangres.
Abro el periódico y me encuentro el pan impreso de cada día: políticos corruptos, embargos hipotecarios, bancos quejosos, campaña electoral... Los vampiros afilan los colmillos por tercera vez el mismo día. Aplicando la ley del mínimo esfuerzo, apuesto por la última historia, que ya trae los personajes dibujados. Villanos sin romanticismo que juegan a mandar desde los despachos para libar hemoglobina de cuenta corriente, aunque topen con números rojos. Los colegas de Drácula tienen la cola del paro repleta de sometidos al sol de la impotencia, mientras ellos gastan vida de vampiro en el reino de los vivos: sin preocupaciones laborales ni estacas en el camino. Nos molestan como los mosquitos a los que aporrearíamos con una ristra de ajos.
El hartazgo de moda no es el regreso de los vampiros sino la crisis. Los analistas del ocio con ínfulas sociológicas no se resisten a asociar cualquier éxito literario, cinematográfico o televisivo a la coyuntura social y económica. Si triunfa la tetralogía mormona, moña y púber crepuscular de Stephanie Meyer, échele la culpa a la crisis. Si se chuta una transfusión visual de la adictiva y sureña True Blood es que anda perdido en estos tiempos de oscurantismo y decadencia de la fe tradicional. Será entonces que no amanece y el mañana apunta negro cuando los vivos empatizan con zombies sedientos, ocultos de día a dos metros bajo tierra.
La parrilla televisiva y las librerías resucitan propuestas esotéricas con personajes que luchan contra el mal, adivinan el futuro y leen mentes ajenas. Las soluciones quedan para la ficción y no quiero más análisis que los de sangre si me apetece disfrutar de la serie de Alan Ball o reivindicar Buffy Cazavampiros. Si no podemos hincar los incisivos a los vampiros reales, disfrutemos con los catódicos. Ellos se beben la crisis y no nos chupan la sangre.

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